La casa es el recuerdo
“oí un ruido de sollozos y sola estaba la abuela”
Rubén Darío
“¿Faltarán los lirios
a la primavera
el canto a la moza
y el cuento a la abuela…?”
Antonio Machado
Finalmente hoy abrí la
casa,
descorrí las cortinas,
permití que la luz de
la mañana
soplara el polvo de
sus mitos,
que los candados
viejos despertaran su muerte.
Caminé por entre las
vitrinas, los sillones,
el estante de pino, la humedad, los recuerdos,
igual que se atraviesa un bosque solitario.
Barrer la casa,
acariciar los muebles,
sacudir las
porcelanas, las vajillas
desenfundar la máquina
de coser,
abrir cajones, para
que vuelva a respirar
la danza de tus hilos,
el universo creado con las telas
del mundo entre tus
dedos.
Como en aquellos días:
Las flores tiemblan en
el jardín bajo la lluvia,
y las tardes de marzo abanican el olor de tu
cocina.
Tu falda inquieta, tus
pasos pequeñitos,
rápidos como el mar,
como la brisa
como la espuma que
dibuja el horizonte.
De tu misterio brota
una sonrisa triste,
una cruz que tejes con
tus rezos,
mientras tu corazón es la colmena
donde todos tenemos un
hogar.
Es nuestra cama, el
consuelo de aquellos
que vagamos sin rumbo,
de los que comenzamos
a remar en el charco
que dejó la tormenta.
Todo está como antes,
aquí estás tú,
mirando hacia la puerta abierta de la calle,
saludando a todas las vecinas,
la colega que viene
del mercado,
la tía Tina en zabucán
de carcajadas
la bicicleta del
abuelo junto al muro
el muro azul de la
infancia,
de la felicidad, los
días eternos,
páginas inciertas de
la historia.
Junto a ti somos los
inmortales,
los que negamos la
memoria del odio,
los que absorbimos el
amor en tus rosas.
Somos esta fotografía
donde tú permaneces,
cabello negro y ojos
profundos,
manos de agua tibia
que son ángeles,
que son gaviotas al
amparo del océano,
Fluye un mar vespertino en remanso de olas,
en tu vestido de
pájaros y lágrimas,
en tu chal de
milagros.
Rebosa en las ventanas
la sal del mediodía,
te visitan los
muertos, las nubes, los enigmas…
aquella poesía que
declamas desgajándote
y la voz artificial de
Manuel
en el tocadiscos que
gravita el tiempo.
Yo te miro sin
preguntar cómo le haces
para llenar con tus
palabras mi alma- niña,
para cubrir de calidez
mis horas,
deshojar bugambilias que atraviesan un miedo
taciturno,
inventar la odisea de
mis fábulas,
revelación sublime de
inocencia.
Caigo en la filigrana
de tu espacio,
alfileres de seda,
mujeres de tul
multiplicadas,
velocidad de agujas al
canevá del tedio.
Me acurruco en el
centro de tu regazo fuerte,
un arrullo de luz, una
lámpara de pensamientos,.
cualquier pretexto
para soñar columpios
excavar en el parque
arqueologías,
reir de sed y despertar
llorando la tarea del miércoles,
sufrir los tamarindos
al cobijo del zapote.
Esta vida tan simple y
tan revuelta.
Abuela,
montaña de los
desamparados.
Refugio de mis días
inconclusos.
Déjame acariciar tus
manos diminutas
aburrirme de
telenovelas junto a ti,
mientras bordas
lentejuelas doradas
al escote del viento.
Son las seis de la
tarde.
Finalmente recoges el
mantel de tus años
los eslabones de tu
larga tristeza,
de tu alma enhilada
entre pesares,
hierro forjado a base
de silencio y tragedia.
Busco la llave de tus
atardeceres escondida en tus manos,
la luna de cristal,
abismo donde flota tu
melancolía.
Luego vendrán los
sueños,
las playas familiares,
guitarras taciturnas,
lejano parpadeo de
chocolate y ciénagas,
un café azucarado en
conversaciones,
cuando recogíamos
felicidad en grosellas del patio,
verano en jugo de
ciruela,
altar de maíz con
ritmo de gladiolas
y los pozos largos del
quinqué melancólico.
Presagio de voces que reconstruyen
designios en cada
zaramullo,
en cada gota de sol,
en cada herida.
La melcocha de gente
desenfunda rituales,
infinitas huellas de
los que se marcharon.
Toser, adormilarse,
bostezar, dejarlo todo,
explotar al grito de
gallos creadores del mundo.
Hasta que todos huyen,
corren hacia la vida incierta,
te dejan aprisionada
en el olvido
con tu álbum de
imágenes benditas,
tus caminos de arena
reconstruyendo el árbol,
el ombligo del
cotidiano cielo.
Abuelita
Sin ti somos estela de
barcos en la playa,
caracolas que tu
padre dibujaba en la espuma.
Nuestra vida es el
fuego consumiendo la casa,
un círculo que
lentamente deshace las orillas
y humedece todos
nuestros espejos.
Mujer hecha de coral y
de nostalgia,
Fuente de los arcanos,
Madre multiplicada,
Abuela para todos los
que somos esta tierra
este jarabe cocido en
la sartén del universo.
Aquí estaremos al
cerrar los candados,
en el recóndito edén
de tus inviernos,
en tu pequeño cajón de
añoranzas,
tu mano donde ruedan
las estrellas del cosmos
Totalmente canción
entre la hierba
caminas por las calles
del viejo malecón,
hacia la iglesia de tu
soledad,
hacia las tumbas
anchas de tus alrededores.
Tus pies blancos de
niña navegan en murmullos.
Vas a comprar tortillas
y regresas cargada de memoria.
Sirves los panes de la
última cena,
los pucheros cuajados
en el hogar del mundo,
los blancos manteles
del altar,
las cucharas para
sorber el fondo de nuestro último viaje.
Y continúas la
imposible misión de coser (y cocer) maravillas,
sostener un costal de
esperanza en tu espalda,
llevarle mariposas a
tus muertos,
la receta de tus
amaneceres.
un sorbo de tu alma.
Al filo de nuestra
eternidad inhabitable
permanecemos fijos
en el obturador de tus
pupilas.
Me quedaré en la casa,
en esta voz que es tuya,
en este río inútil que
me reconstruye,
esta interrogante de tu ausencia.
A veces los recuerdos
no deben despertarse,
y sin embargo
necesitamos el placer de su amargura
Necesitamos asfixiarnos de pena,
morder los frutos del
cenote matriz,
alimentar de óxido la
rabia.
Somos el sueño de
caminos que fueron,
mecedoras vacías,
páginas amarillentas
del destino,
eco de frases rotas
en libros polvorientos.
La casa es el recuerdo
de una fotografía
inacabada,
un rincón de siglos
detenidos,
donde torbellinos
desgajan nuestra sangre,
hundiendo barcos de
arena entre las hojas de un árbol infinito
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